Ya de niña me gustaba dibujar y ser creativa, pero, sobre todo, me gustaban las historias. Cada noche, antes de dormir, mi papá me leía de un libro de cuentos clásicos ilustrado por el artista checo Jiří Trnka. Tanto las ilustraciones como las historias estimulaban mi fantasía; eran misteriosas, mágicas y, a veces, incluso espeluznantes. Mi propia inspiración la encontraba junto a la hoguera, en el jardín de la casa de mis padres con un estanque lleno de ranas y carpas de colores, en los colibríes que peleaban en el bebedero, en el perro-lobo que era nuestra mascota, en el loro verde y el búho gris que un día llegaron volando y decidieron quedarse. Los misterios se escondían por todas partes: en baúles y armarios, en las calles y mercados de la ciudad, en el cementerio junto a la casa, que en noviembre se llenaba de flores naranjas y música, y en el bosque y las montañas que lo rodeaban. La magia era real y recorría toda mi infancia. Reunía hojas de papel, las doblaba para hacer pequeños libritos, pedía a mis tías que escribieran mis historias y añadía mis propias ilustraciones con lápices de colores. Así me convertí en narradora de historias: contaba mis relatos a mi mamá, a mi hermano, a mis primos y a los niños con los que jugábamos en la calle.

En mi juventud, surgió un interés por el cine y el teatro, y más tarde una fascinación por la animación, que reunía todo lo que amaba de mis medios favoritos. Tras terminar la escuela, me mudé a Alemania para estudiar historia del arte y, más adelante, diseño gráfico y de medios. Hoy trabajo como ilustradora y enseño técnicas de animación analógicas y digitales. La magia de la vida cotidiana, el folclore y la naturaleza siguen influyendo en mi trabajo hasta hoy. En mi tiempo libre, me gusta cocinar, leer, tejer, andar en bicicleta y visitar museos, el teatro y el cine.

Como ya mencioné, las historias —las que me contaron y las que inventé— son una parte muy importante de lo que soy. Pero no solo son importantes para mí, sino fundamentales para el ser humano. A través de las historias que contamos, creamos e inventamos sentido. Así experimentamos empatía, vivimos mil vidas diferentes y damos significado a la nuestra. Puede ser una simple anécdota o un relato fantástico, inventado o real: es el tejido de la civilización y la transformación de la psique. Psicólogos, políticos y publicistas conocen el valor y el poder de una buena historia.

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Fotos por Luisa Aehlig.

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